Un verdadero clásico de la literatura mexicana del siglo XX, que situó a Carlos Fuentes en la vanguardia de lo que algunos años más tarde se conocería como la nueva novela hispanoamericana.
En su lecho de muerte, durante su último mediodía, el anciano y enfermo Artemio Cruz recuerda: no siempre fue ese triste saco de huesos y fermentos corporales; alguna vez fue joven, osado, vigoroso. Y tuvo ideales, sueños, fe. Para defender todo eso, incluso combatió en una revolución. Más la rapiña, la codicia y la corrupción extinguieron su fuego y aniquilaron su esperanza. Tal vez por ello perdió a la única mujer que de verdad lo amó. Una reflexión sobre el México surgidode la Revolución Mexicana, pero también de cuestiones tan universales y permanentes como la soledad, el poder o el desamor.
Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos, y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada…
La crítica ha opinado:
«Excepcional, tanto en su formade abarcar todo el espectro humano como en la sátira corrosiva y el diálogo mordaz» – The New York Times Book Review–
«Sin duda Carlos Fuentes es uno de los más importantes gestores de la transformación sufrida por la novela hispanoamericana en los últimos años, y La muerte de Artemio Cruz una de sus obras más conocidas. Plantea con intensidad (…) la necesidad de representar una realidad que ya no se presenta a la mente perceptora de manera unívoca, clara, concreta, mensurable en sus leyes de causalidad; por el contrario, todo esfuerzo de captación obliga aimaginarla en diversos estratos, cuyo contenido y contornos de deslinde no son siempre determinables con exactitud.» -Hernán Vidal-
«Carlos Fuentes organizó esta novela en trece capítulos. En esas escalas, como si fuera un trío de jazz, leemos -escuchamos- un ensamble a contratiempo que va y viene por la mente de un moribundo (…) Con esa estructura no convencional, la historia fluye -por distintasfugas- a través de seis décadas del siglo XX mexicano. Desde el rural novecento y hasta la más cosmopolita década de los años sesenta, vemos a Artemio Cruz exhibiendo, a semejanza de algunos de nuestros connacionales públicos, a un tipo que va en un ascenso público constante, pero con una historia interna desintegrada.» -Antonio Valle, La Jornada-